El Galardón de la Corte de los Milagros

Un día más acontecía en la monotonía de mi rutina diaria, donde no hay una sola alma que haga más allá de lo que debe y algunas otras ni siquiera eso. La vida prediseñada me ha dejado incontables lecciones de fomento y fortalecimiento de mi misantropía que ya no insisto en renegar y que ahora incluso abrazo con cierto aprecio.

Nadie puede esperar que suceda algún fenómeno social que mueva o desenrede el nudo gordiano que enmaraña esta corte de los milagros donde me muevo, ejemplo perfecto para un estudio de caso que permitiera a cualquier incauto que lo documente la posibilidad de exponer su memoria sobre las grandes discapacidades organizacionales, así como la necesidad en este caso extremo de psicología de recursos humanos, y le permitiera obtener menciones honoríficas a nombre de semejante caos…

Y sin embargo, cuando nada parece inmutar la tormentosa normalidad de este circo en el cual yo soy uno más de los payasos, una mala, pésima y desafortunada, redacción de un vil escrito hace que el ambiente de analfabetismo funcional-crónico-degenerativo de las tres pistas de mi realidad laboral se emancipe, cual deforme bestia hereje elevada al paraíso a sustentar un nuevo estatus de Dios.

Y es que sin más, la esclavizante labor de aquel que permanece en la oscuridad del reconocimiento público de sus capacidades, ahora le da alas a las serpientes a su alrededor y sobre él, y hace que semejantes criaturas rastreras engalanen sus cascabeles y emperifollen su nombre con la labor del anónimo… bajo la autoridad de su yugo laboral, el caos es válido, aceptado y, peor aun, reconocido ante las figuras asinápticas y anormales de la administración pública.

Y aquí estamos, los payasos, los animales, los domadores. Extasiados en un baile orgásmico para celebrar el brillo de uno solo, reflejado en nuestras frentes sudorosas, y que nos hace lucir muy elegantes.

Pero la expropiación de metas de aquellos que nos rodean no sería tan bizarra, si nos limitáramos a simplemente chapotear en el lodo que nos creamos con ello, regresar a nuestra granja y seguir con nuestra insignificancia social. Pero no: deseamos más de lo que nos merecemos y no hemos hecho nada para lograr, deseamos salir del muladar a donde nos encontramos y creemos ser propietarios de la verdad universal, sin recordar la casi absoluta totalidad del tiempo donde sólo somos bestias irracionales.

Ciegos, un mundo de ciegos que galardona nuestras retinas desprendidas… y que nos hace creer que vemos más allá de lo evidente…

Autistas, un mundo de autistas que premia nuestras lagunas mentales y cuya adulación nos hace sentir teóricos universales y redactores de cosmovisiones.

Aquí estamos, bailando alrededor de la hoguera de nuestra arrogancia, que nos hace creer que nos la merecemos, calentándonos, todos, con las llamas provenientes de la chispa de uno solo, y que nos hace sentir deidades del fuego.

Pero la pirotecnia que nos hacen mirar arriba para no ver la mierda sobre la que estamos parados, tiene un ascenso, una explosión y una desaparición… mientras ésta última sucede, aquí sigo, sobreviviendo en una pista que un reconocimiento mal redactado y con mal destinatario lo cambió de circo de carpa, a circo del sol, pero al final solamente un circo.

Aquí sigo, esperando órdenes para pintarme nuevamente la cara y salir a divertir a un público al que poco a poco le deja de hacer gracia nuestros entupidos chistes, pero que creemos que nadie los cuenta mejor que nosotros.

Aquí sigo, ilusionado con dejar atrás mi papel de payaso de pastelazo público, para algún día convertirme en un equilibrista que se mueva en las alturas, lejos de todo, encima del lodo, mirando hacia el grupo de bufones a los que un día perteneció, y moviéndose… dirigiéndose hacia delante, firmemente sobre una delgada línea, con rumbo hacia la melomaniaca vida con la que siempre ha soñado…